miércoles, 13 de enero de 2016

ALEXANDRO, FORMATO KING SIZE


ARTE ET ALIA.
Texto del 11 en La Región
Xabier Limia de Gardón



Posando para Eliaz
Alejandro González Cruz (Ourense, 1945) es Alexandro, el pintor. Vive en Muxía desde hace años, al norte de la península que más se adentra en el Atlántico, con Fisterra al sur, que da nombre. Se ha trasladado a vivir a la Costa da Morte, desde su Ourense matricial,  harto quizás de cruzar umbrales, casas amuebladas, mundos enmoquetados para convivir con el viento que bate la tierra y disgrega las rocas en la proa coruñesa del oceánico mar, donde la gente lucha envuelta en la grisalla de los vientos, entre Moraime y Cee.


Su mirada se fue hacia el norte, más allá de Camariñas, hacia el París y el Berlín de su primera juventud. Tras la colisión nos mostró su impacto en ‘Comarea’ en la primavera de 2008, las gentes y las tierras, el mar y sus medusas. Lo oscuro se hizo claro y descubrió la soledad acompañada, con un nuevo enfoque vital. Desde la convivencia, el mejillón sobredimensionado, con los hombres en la barca-nuez, y las sardinas sobresaliendo, plateadas, óleos sobre tela en los que ha ido añadiendo tierras, que une a masillas, y mezcla con colas, para conseguir esa melaza de magma que viene siendo su nueva expresión. 


Del color del fondo sobresalen sus figuras a contraluz, en movimiento, vivas. Buscando la sensación sinestésica, humedad, aire, aromas incluso. Peces y gaviotas. E ahí lo externo, su reacción ante el nuevo medio. Mas con ella trajo entonces, y mantiene ahora, casi dos lustros transcurridos, una sintaxis narrativa que muestra su cara oculta. Apreciamos así una pesquisa interior, en su obra, desde el vacío que le envuelve, que disfraza desde el temperamento.

Incluye en una vitrina un bloc con una intensa capa de pintura en sus hojas, suerte de horror vacui cromático

En la sala municipal 'J.A.Valente' exhibe Alexandro sus 'cuadros de exposición', obra para este espacio, dos docenas de obras de dimensiones 'King size', de más de seis metros cuadrados en algún caso, paredes que cubre con decir en plata, y su aire oceánico. A veces, en ese albayalde, pigmento blanco que no falta, aparece un ser echado, como muerto, o la pareja sentada en actitud erótica, mojones de su discurso que marcan polos, y llamaradas de su sensibilidad, que como los acentos cambiados en una frase hacen cambiar el paso para provocar atención. Así con los rostros escrutadores, que nos miran de lado y de frente. Parte de muxiáns concretos hasta llegar a la despersonalización, convirtiéndolos en máscaras de su imaginación. 

La estilización de sus asexuadas figuras son su vocabulario, al igual que perros y paraguas, a los que hay que añadir la mesa de jardín y la bicicleta. Mas la desmesura del tamaño de las obras, que puede asimilarse a un parapeto alusivo a su seguridad, y la ausencia de título, semejan bloqueo psicológico.

Ahí estamos, en la insantánea de Eliaz, la tarde de la presentación en el espacio central de la exposición.
El oneroso libro catálogo, de gran porte (Teófilo comunicación), con introdución apasionada de T. Taboada, incluye las tres decenas de imágenes que añade en una de las paredes, bocetos a color en papel, entre los que destacamos sus crucificados, que no tardaremos en ver convenientemente sobredimensionados en una exposición que prepara para Santiago, centro religioso de Galicia. ¿Habrá resuelto entonces Alexandro su nudo gordiano existencial?


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